
El pecado solitario
El hallazgo de Sinhué el egipcio me encendió la imaginación. Lo leía y releía a todas horas y en todas partes para desesperación de mis atribulados padres, quienes -entre otras lindezas de su pequeño maniático- debían soportar la vergüenza de que me escapara de las comidas familiares para perderme en páginas que todavía hoy puedo citar de memoria: “Nefer, Nefer, Nefer … no podía sino repetir el nombre de la amada …”